07 septiembre 2021

OMAR AL RACHER: SU HISTORIA

Voy a intentar narrar una de tantas vivencias, experiencias, situaciones que se repiten en toda la zona de esa región del continente africano de donde yo procedo y podría decirse que mi historia seguramente pasará desapercibida como otros tantos relatos que la gente se aventura a realizar, pero no quise dejar

perder mi oportunidad de daros a conocer una parte de la misma en la que vosotros los espectadores deseo que seáis mis aliados, impasibles ante tantos momentos dramáticos y esperanzadores; no deseados unos y otros anhelados. También este relato breve es un grito a la injusticia y una oportunidad para que la esperanza llegue por igual a todos los pueblos de la madre Tierra que nos amamanta y protege de nosotros mismos, por qué no decirlo…; os invito a que no os quedéis dormidos y juntos naveguemos con esa embarcación zozobrante en el mar de la duda y lo desconocido; Ah! Se me olvidaba… mi nombre es Omar Al Racher.

Esta historia comienza en un pueblecito cercano  a Argel, en la costa mediterránea en la que yo me crié llamado Cherchamis. No es un pueblo muy grande ya que carece de las infraestructuras necesarias para poder desarrollarte y crecer dignamente. Su nivel económico es muy bajo comparado con otras provincias o valiatos y aún así yo tuve la suerte perra de nacer y empezar mi andadura allí. 

Su principal fuente de ingresos como ya supondréis, es la pesca. Pueblo de pescadores, índice de natalidad alto y edad media de vida bajo, de 58 a 65 años aproximadamente...

Mi casa estaba forjada por argamasa creada con sudor y esfuerzo, a lo que añadiéndole piedras y ladrillos de barro, algunos ventanales de madera y unos trozos de cristal hacían el blindaje perfecto para que el tiempo fuera más aliado que enemigo adverso ante la graciosa, magnífica e implacable naturaleza. 

Las calles perfectamente alisadas de tierra y polvo gracias al día a día de los transeúntes que hacían de labradores en un campo espejo donde no existían las aceras, ni los desagües, ni  una farola de esas altas que ilumina más arriba de las copas de los árboles y a la que atrae por su débil calor a multitud de insectos en busca de seguridad y confort.

Esas sensaciones que yo no disfruté y tampoco supe expresar con palabras lo que muchos años más tarde la vida me mostraría por una serie de suertes graciosas y de las que doy gracias hoy en día. Entre estas, la de ella, aquella que el destino caprichoso desearía que fuera mi compañera y la mujer de mi vida; esa  fue la mejor de mis suertes.

Recuerdo también que mi padre me enseñó las artes de la pesca y cómo debía  manejar las redes y utensilios para junto a él llevar a casa el sustento de otros 5 hermanos y hermanas que conformábamos la familia Al Racher. En ella todos formábamos los eslabones de una cadena de supervivencia donde a veces se rozaba la insostenibilidad y donde luchábamos porque al atardecer hubiera un alba donde reflejarnos haciéndonos creer que un mañana sería diferente a los mañanas de un día y otro y otro que dan paso a una vida mejor.

Mi madre era el centro de mi atención y admiración. Ejemplo de humildad, paciencia y templanza; la primera por ser de familia pobre y humilde pero rica en conocimientos que cuidó y supo transmitir a sus hijos, la segunda de sus virtudes la paciencia que tenía en cada momento para abordar delicados temas que cada día nos regalaba el destino, sabiendo sortear las vicisitudes y dándonos solución a muchos de nuestros males y la última su mejor cualidad que desarrollaba de forma cautelosa y justa, sabiendo moderar el habla y poniendo justicia donde en su ausencia reinaba.

Ella murió  al poco tiempo de yo cumplir la mayoría de edad y fue clave en la que sería la decisión más drástica e irrenunciable de mi vida.

Siempre estarán presentes aquellos recuerdos, como el sonido de una caja china en mi mente…

Retazos, pinceladas de una vida que a nadie le hubiera deseado pero que el destino hizo que yo la sufriera. Allá quedaron los recuerdos, los hermanos, mi padre y todo lo que no pude traerme conmigo a la península. 

Me hubiera encantado ser un chico normal, como cualquier otro de esa Europa emergente y llena de riquezas, en las que algunos se bañan y en la que otros se ahogan, pero también debo ser agradecido porque al fin y al cabo puedo contarlo.

Ya han pasado más de 10 años desde que aquellos brazos me sostuvieron cuando más necesitaba ayuda. Fueron unos brazos llenos de ternura, cariño y comprensión que voluntariamente se ofreció a tenderme.

Ella estaba allí, junto a la orilla de su hermosa localidad costera, tomando el sol como cualquier otro día de primavera, escuchando las olas de esa generosa y plácida playa; esa mar a la vez caprichosa y vendida al azar de la existencia. Semillero de vida y a la vez recolectora de vidas. Allí estaba Ella.

Ahora aquí, sentado en la mesa de mi comedor, con la ventana enfrente de mí y siendo acariciado por esos rayos de sol plácidos y generosos, preparo mi oposición para obtener el Título de Graduado Social.

Y el cucú de ese reloj de pared ha irrumpido el silencio que reinaba a mí alrededor devolviéndome a mi realidad y apartando de un plumazo esos desagradables recuerdos que volvieron desde lo más recóndito de mis pensamientos. 

Giré la cabeza a mi derecha y allí estaba ella, de pie junto a mi; acariciando mi nuca con sus cálidos largos y frágiles dedos; regalándome una sonrisa sin romper ese silencio de nuevo. Era un momento mágico en el que las palabras sobraban, y la estancia se llenaba de un efecto placebo que de forma  psicológicamente milagrosa me sanaba y regeneraba haciéndome percibir una paz y sosiego sin parangones.

La palabra habibi irrumpió en mi viaje penetrando en mi corazón y girando mi cabeza le lancé unas sonrisas un tanto risueñas que me devolvieron al lugar donde estaba mi mesa, junto a mis temarios y apuntes y una taza de café reciente que todavía exhalaba aromas inconfundibles. Debía centrarme y preparar mis últimas dudas con vistas a esa oposición a la que en menos de 48 horas me debería de presentar.

Una semana antes recibí por correo certificado una carta en la que me recordaba la fecha, el lugar y la hora en la que debía personarme, aportando mi documentación acreditativa una vez ya habiendo validado tiempo atrás mis credenciales para optar ha dicho acto.

El temario constaba de 38 partes en 4 bloques que comprendían: Constitución, Administración General, Gestión de Personal y Gestión Financiera.

1.480 aspirantes para 95 plazas vacantes dentro de la comunidad parecía algo casi imposible pero me veía preparado y muy motivado.

 Eran las 22:35 h del día anterior a la prueba y el reloj implacable seguía marcando sus manecillas una tras otra como si se tratase de las palpitaciones de un corazón que no cesa. Me levanté y me dirigí a mi estancia donde ella yacía sobre el blando lecho mecida en silencio y envuelta en sueños de esperanza.

Por la mañana nos levantamos temprano para salir de casa con suficiente antelación y así desayunar y ultimarlo todo. Y no olvidarme de 2 lápices,  bolígrafo, goma y folios. Ella me iba a acompañar ya que suponíamos que al llegar habría otras tantas personas que también no deseaban esperar en esa fila que por el número de aspirantes se preveía terroríficamente colosal.

Al ir llegando al acceso de la Facultad nos aproximamos a unos postes separadores con cintas extensibles de 2 metros que iban delimitando los espacios y circundaban todo el perímetro de la plaza interior donde nos ubicábamos. Reinaba un murmullo leve y tímido de primeras horas de la mañana que conforme fue hacinándose la gente se elevó “in crescendo” en  forma de falsos cuchicheos.

El tiempo parecía languidecer y yo ya deseaba acabar este nuevo reto que la vida me brindaba y del que estaba convencido saldría victorioso. Mientras tanto iba contando a las personas que iban delante de mí. Era el 48 de la fila, ella lo sabía; me hizo un gesto cómplice dándome a entender que ambos habíamos hecho esa operación matemática simple en nuestros cerebros pensantes que a esas horas parecía que deseaban alimentarse de conteos y mediciones como si el final de algo fuera acontecer. 

La vida no es nada fácil sino todo lo contrario; es un laberinto lleno de encrucijadas, pruebas y recónditas situaciones donde uno apenas se para a recuperar fuerzas y seguir adelante en el misterio de su existencia.

Meses después salieron las listas provisionales después de todo ese tiempo un tanto agónico y expectante en las que yo aparecía con muy buena nota en el puesto 48 que por azar el destino una vez más me brindó nueva esperanza y mucha paz. Era muy feliz del camino realizado en todos estos años y del gran esfuerzo que tuve que emplear en cada paso hacia mi meta.

Todavía recuerdo…

“Debían ser olas de cinco a ocho metros de altura en el interior del mar y nuestra embarcación naufragó horas después ya cerca de la costa cuando algunos nadaron intentando aferrarse a fragmentos de la embarcación y otros iban mermando sus fuerzas luchando por vivir en el interior.

Recuerdo gritos, lloros, angustia y un fuerte olor a sal, entre sangre y mar.

Los minutos se convirtieron en horas y el tiempo dio paso al silencio más sepulcral donde el azote de las olas poco a poco tomó el lugar. El tiempo se convertía en un flashback temporal y los acontecimientos parecían pasar como las imágenes superpuestas de un carrusel que llegaba a su fin.  

Tan solo minutos después ya no recordé lo que aconteció, solo que alguien sujetó mi brazo desmayándome después; ahora semanas después y ya a salvo recuerdo lo pasado, presente y todo lo dejado allá de donde procedo… mi familia, mi casa, mis recuerdos que quedarán en mi mente para siempre.”



León de Azules

25 de Abril de 2021


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